¡Hola Lectores Invisibles! Yo soy Alberto, y en esta ocasión les traigo otra entrada de esta linda sección en donde les hablo de cosas mexicanas para que conozcan un poco más nuestra cultura.
Estamos en octubre, el mes del terror, y por tanto este blog no se podía quedar sin su pequeña dosis, pero no será una reseña sino que les voy a contar varias leyendas típicas de México.
La primera leyenda de la que les voy a hablar es tal vez la más famosa, e incluso ha sido llevada a varias partes del mundo.
Se trata, nada más y nada menos que de:
La Llorona
Se remonta a tiempo muy antiguos, cuando Hernán Cortés pisaba las tierras aztecas en 152 y los indígenas eran tomados como la raza de menor importancia.
Una mujer indígena (algunos afirman que fue la Malinche, traductora de Cortés) se enamoró perdidamente de un acaudalado y apuesto español (algunos afirman que fue Cortés).
De dicho amor nacen tres hijos, a quien ella amará con toda su alma y por toda su vida, pero él los ignora ya que es mal visto que un español tenga descendencia con una indígena.
Pasado el tiempo, ella le pide que formalicen su relación porque es necesaria la figura paterna en sus hijos, para evitarlo, el hombre decide casarse con una bella mujer española de la alta sociedad, y le dice que no quiere volver a ver jamás en su vida, ni a ella ni a sus hijos.
Llena de ira y en un impulso de odio, toma a sus tres hijos y los lleva al río más cercano, donde los ahoga uno por uno. Con un terrible sentimiento de culpa, decide quitarse ella misma la vida para no llevar el cargo de conciencia.
A partir de entonces, se escuchan gritos y lamentos por las calles de México todas las noches. Incluso se llegó a hacer toque de queda a partir de las 11 de la noche para evitar toparse con la Llorona.
Se cree que va vagando por las calles en busca de sus hijos, quien están en el cielo en forma de ángeles, y que ella niega haberles hecho algo.
Pero, si escuchas un lamento aterrador que te cala hasta los huesos y ves a una mujer vestida completamente de blanco, no dudes en encerrarte en tu casa y alejarte de las ventanas, no sea que te topes con La Llorona.
El Charro Negro
Un hombre cabalgando sobre un caballo totalmente de color negro, él vestido con un traje de charro del mismo color.
El charro comienza a platicar con las personas con quienes se topa, de una forma muy amable y siempre conduciéndose con respeto.
Pero si llegas a una iglesia, el charro simplemente se despide de forma cortés y se marcha.
Hay ocasiones en que el charro invita a las personas a subir a su caballo, si éstas aceptan, el caballo sale corriendo y nunca más se vuelve a la persona que accedió subir. Pero si no aceptas, simplemente continuará con su plática hasta que se tope con una iglesia.
Por eso, nunca aceptes subir al caballo de un desconocido, porque podría ser que no volvieras a regresar jamás.
El sacramento
Las noches en la Ciudad de México fueron siempre muy tranquilas desde hace 60 años, sobre todo en el viejo pueblo delante de la Villa, allá por el norte de la ciudad, cerca de la Basílica de Guadalupe, incluso los habitantes sabían que pronto el nuevo padre llegaría y habría nuevamente misas.
Un par de semanas después de su llegada, el padre se retiró ese viernes a dormir más temprano de lo acostumbrado. Llevaba ya algunas semanas en el pueblo y la gente lo había aceptado con gran entusiasmo.
Dormía ya profundamente cuando lo despertaron fuertes golpes en la puerta; los golpes no cesaban, por lo que el padre finalmente respondió:
-¿Quién llama a la puerta?
Se escucharon más llamados.
El padre se levantó y tomó su reloj.
-Ya es tarde. ¿Qué se les ofrece a esta hora?
Sin recibir respuesta, sólo el aumento de golpes en la puerta.
-He dicho que ¿quién es?- Levantándose de la cama alcanzó sus sotana.
-Si tuviera la bondad padre- le contestaron- lo necesitamos porque nuestra madre está muy enferma.
-¿Ya llamaron al doctor?- la pregunta del religioso no sobraba; en aquél pueblo mucha gente trataba de curar sus dolencias con remedios caseros.
-Padre, hace mucho ya no hay remedio- respondió la voz que provenía de afuera.
El padre al escuchar esto prometió salir en seguida.
-Sólo me cubro.
Como pudo el soñoliento sacerdote se vistió y tomó lo necesario para realizar el rito de la unción, ya que este sacramento católico se le da a los enfermos que están en peligro de morir para que Dios les perdone de sus pecados.
Al salir, dos hombres vestidos de negro lo guiaron a toda prisa por las desoladas calles. Después de varias vueltas llegaron a una puerta por la que entraron a la casona que creía no haber visto antes. Sólo hasta ese entonces se dio cuenta de que no conocía a sus guías; nunca habían estado en misa o en el mercado. Días después llegó a la conclusión de que nunca les vio la cara aquella noche. Eran sólo una visión borrosa de su memoria.
Entró solo a aquella habitación oscura, iluminada únicamente por enormes velas rojas. Al fondo, sobre una cama desvencijada estaba la moribunda. Su respiración apresurada sólo se interrumpió un momento.
-¡Qué bueno que ya vino padre!- dijo con trabajos la anciana.
El padre se acercó.
-Voy a empezar, hija.
Mientras le aplicaba los santos óleos, algo le molestó mucho al religioso. Tal vez era la desvelada, o la caminata en la noche, o la frialdad de la frente que tocaba.
-Por Dios, ¿qué no hay nadie que le dé otra cobija?- pensó furioso.
Terminó rápidamente mientras murmuraba un simple "¡Qué Dios te bendiga!". Por un momento fijó su vista en aquélla boca desdentada, la piel de la anciana estaba tan arrugada y verdosa, la mirada entre ansiosa y perdida.
Salió a toda prisa y ya sin compañía a su casa. Pensó que ni siquiera habían tenido la atención de acompañarlo de regreso.
A la mañana siguiente, muy temprano, notó su olvido. ¿Cómo puede olvidar un sacerdote su libro de ritos en cualquier lado? Salió de prisa un tanto deslumbrado por el sol a buscar la calle de la noche anterior.
No le costó mucho trabajo dar con ella. Ahí estaba la casona, tan oscura como antes. Tocó con moderación la campan. A la séptima vez que la tocó, un vecino salió a preguntarle:
-¿Qué desea padre?
-Olvidé mi libro ayer cuando vine a a tender a una enferma- respondió con seguridad.
El señor lo miró dudando.
¡Aquí padre?
-Si hijo, estoy seguro que aquí fue- dudó un momento-. No creo haberme equivocado.
El señor continúo mirándolo fijamente.
-Padre, no quiero contradecirlo, pero tendría que mirar bien el número.
El padre se mostró molesto y terminó afirmando:
-No creo haberme confundido, apenas anoche estuve aquí.
-Pero si en esta casa no vive nadie desde que terminó la Revolución- afirmó el vecino.
-¿Cómo de que no? Aquí estaba una anciana y sus dos hijos- dijo el padre.
-Pues sí- continúo el vecino-, eso sí es cierto, pero la vieja murió hace ya 15 años, sola, porque a sus dos hijos los fusilaron en la guerra.
-Miro hijo, estoy seguro- dijo el padre-. Esta casa no es como para olvidarse.
-Pero si olvidó si libro..., padre.
El padre guardó silencio por unos segundos.
-Mira, ¿puedo entrar?
-Ya le dije que no vive nadie- se acercó el vecino-.Pero déjeme brincarme por atrás para abrirle.
Apenas el abrieron, el sacerdote corrió al cuartito del fondo. Todo estaba lleno de polvo, no había mueble, olía mal, como si ni el aire mismo hubiera podido salir en años. Pero allí, encima de la mesilla, estaba su libro, tan cubierto de polvo como si nadie lo hubiera tocado durante muchos años.
Y bueno Lectores Invisibles, espero que no haya quedado demasiado larga, espro poder hacer varias partes más, contándoles leyendas tal vez que no sean de terror.
Espero que les haya gustado.
Cuídense
Bye
¡Siempre me encanta leer estas cosas! Está bien aprender un poco sobre tu cultura. Un besote :)
ResponderBorrarHola!!!
BorrarQue bueno que te gusten ^^
Saludos!!!